BLOGGER DE JULIA MARÍA: ORTOGRAFÍA
La ortografía es esencial para
todas las personas. Es una forma de comunicar pensamientos e ideas a los demás.
Algunas personas piensan que la ortografía es fácil; sin embargo cualquier
persona puede dificultar al usar incorrectamente las convenciones gramaticales
y ortográficas deficientes. Aprender a deletrear es un esfuerzo de toda la
vida: nunca será demasiado mayor que aprender nuevas palabras y convenciones.
Las personas deben saber cómo deletrear las palabras correctamente en todas las
etapas de vida.
El papel más obvio que juega
la comunicación deletreada en la vida
diaria es como un mecanismo de entrada de lenguaje. Al hablar con los demás, es
más importante poder transmitir sus
pensamientos con claridad. La forma de hacerlo es utilizando la ortografía
correctamente. La ortografía correcta muestra respeto por la otra persona y te
hace ver inteligente. Muchas personas comunican pensamientos e ideas
escribiendo cartas o mensajes en teléfonos y tabletas. La ortografía correcta
asegura que estos mensajes se entiendan.
CATEGORIAS GRAMATICALES |
FUNNCION PRINCIPAL |
SUSTANTIVOS |
Un sustantivo es una
categoría gramatical o clase de palabra que se utiliza para nombrar un
objeto, sujeto, lugar, concepto. |
ADJETIVOS |
Los adjetivos conforman una
categoría gramatical o clase de palabras que expresa algunas de las
propiedades o características del sustantivo que acompaña. |
ADVERBIOS |
Los adverbios son
palabras invariables que complementan a los verbos, los adjetivos, otros
adverbios o incluso a una oración completa |
PREPOSICIONES |
Las preposiciones son enlaces
cuya función es introducir un sustantivo o un sintagma nominal, denominado
término de preposición. |
CONJUCIONES |
En gramática, se
conoce como conjunciones a cierto tipo de palabras o conjunto de ellas que
permite enlazar otras palabras. |
PRONOMBRES |
Se llama pronombre a un tipo de
palabra o categoría gramatical que no posee un referente fijo y universal,
sino que depende del contexto de su enunciación |
VERBOS |
En gramática, los
verbos son un tipo de palabra o categoría gramatical, que expresa
semánticamente una acción. Son las palabras con las que denominamos a las distintas acciones y condiciones posibles. |
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Sustantivos COLOR AMARILO Adjetivos
COLOR VERDE NEON Adverbios COLOR TURQUEZA Preposiciones COLOR FUCSIA
Conjunciones COLOR AZUL
Pronombres COLOR ROJO Verbos. COLOR AZUL MARINO Uso correcto
de: “b” COLOR
VERDE AZULADO “v” COLOR VERDE “ll” COLOR VIOLETA
”y” COLOR ROJO OSCURO
”s” COLOR OLIVO ”c” COLOR GRIS 50% ”z” COLOR GRIS CLARO 25%
“h” COLOR NEGRO
El señor y la señora Dursley, que vivían
en el número 4 de Privet Drive,
estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente.
Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías. El señor Dursley era el
director de una empresa
llamada Grunnings, que fabricaba
taladros. Era un
hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi
el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor
parte del tiempo estirándolo
por encima de
la valla de los jardines
para espiar a sus vecinos. Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él. Los Dursley tenían todo lo
que querían, pero también tenían un secreto, y su
mayor temor era que lo descubriesen: no
habrían soportado que se supiera lo de los Potter.
La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana, porque su hermana y su marido, un completo inútil, eran
lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar. Los Dursley se estremecían al pensar
qué dirían los vecinos
si los Potter apareciesen
por la acera. Sabían que los Potter también tenían un
hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño
era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se
juntara con un
niño como aquél. Nuestra historia comienza cuando
el señor y la señora Dursley se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban
tormenta. Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera
los acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda la región. El
señor Dursley canturreaba
mientras se ponía su corbata
más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley
parloteaba alegremente
mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta. Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba
volando por la ventana. A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora
Dursley en la mejilla
y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y
estaba arrojando los cereales contra las paredes. «Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley
mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del
número 4. Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un
plano de la ciudad.
Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió
la cabeza para
mirar otra vez. Sí había un gato
atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pensando?
Debía de haber sido una ilusión óptica. El señor Dursley parpadeó y contempló
al gato. Éste le
devolvió la mirada. Mientras el señor Dursley daba la vuelta la esquina y subía
por la calle,
observó al gato por
el espejo retrovisor: en
aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía
«Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótulos ni los planos). El señor Dursley
meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos.
Mientras iba a la ciudad en
coche no pensó más que en los pedidos de taladros que esperaba conseguir aquel día. Pero en las afueras ocurrió
algo que apartó los taladros
de su mente. Mientras esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una
gran cantidad de gente vestida
de forma extraña. Individuos
con capa. El señor Dursley no
soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula. ¡Ah, los conjuntos que llevaban
los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva.
Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que
estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados. El señor
Dursley se enfureció al
darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes. Vamos, uno era incluso mayor que
él, ¡y vestía una capa verde esmeralda! ¡Qué valor! Pero entonces se le ocurrió
que debía de ser alguna tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo. Sí, tenía que ser eso. El tráfico avanzó y, unos
minutos más tarde, el
señor Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros. El
señor Dursley siempre se sentaba
de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en
pleno día, aunque en la calle sí
que las veían
y las señalaban con la boca
abierta, mientras las aves
desfilaban una tras otra. La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de
noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco
personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar. Estuvo de muy buen
humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y
dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente. Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo
que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo también
susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha. Cuando regresaba con un
donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de su conversación. —Los
Potter, eso es, eso es lo que he oído...—Sí, su hijo, Harry...El señor
Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los que
murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo. Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Dijo a gritos a subsecretaria que no quería que
le molestaran, cogió el
teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los
números de su casa, cambió de idea. Dejó el aparato y se atusó los bigotes
mientras pensaba... No, se estaba comportando como un estúpido. Potter no era
un apellido tan especial. Estaba seguro de que había muchísimas personas que sollamaban Potter y que tenían un
hijo llamado Harry. Y
pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su sobrino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold. No tenía sentido preocupar
a la señora Dursley,
siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera
tenido una hermana así...! Pero de todos modos, aquella gente de la
capa...Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el
edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse
cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta. —Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo.
Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el
empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con
una voz tan
chillona que llamaba la atención de los que pasaban:
— ¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse,
porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este feliz día! Y el anciano abrazó al señor
Dursley y se alejó. El
señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido.
Y por si fuera poco le había llamado muggle, no importaba
lo que eso fuera. Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su coche y a
dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que
nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación).Cuando entró en
el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró suhumor) fue el
gato atigrado que se había encontrado por la mañana. En aquel momento estaba
sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que
era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos. — ¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta. El gato no se movió.
Sólo le dirigió una mirada severa. El señor Dursley se preguntó si aquélla era una
conducta normal en un gato. Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía
seguía decidido a no decirle nada a su esposa. La señora Dursley había tenido un día bueno y normal.
Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con
su hija, y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase (« ¡no lo haré!»). El señor Dursley
trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron
a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche. —Y por
último, observadores de pájaros de todas partes han
informado de que hoy las lechuzas de la
nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas
habitualmente cazan
durante la noche y es muy difícil verlas a la luz del
día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo
de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son
incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus
horarios de sueño. —El
locutor se permitió una mueca irónica—. Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con
Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas esta
noche, Jim?—Bueno, Ted—dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las
lechuzas han tenido hoy una actitud extraña.
Telespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire
y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia
que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a
celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores!
Pero puedo prometerles una noche lluviosa. El señor Dursley se quedó
congelado en su sillón. ¿Estrellas
fugaces por toda Gran Bretaña?
¿Lechuzas volando
a la luz del
día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo sobre los Potter...La señora Dursley entró
en el comedor con dos tazas
de té. Aquello no iba bien. Tenía que decirle algo a
su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo. —Eh... Petunia, querida, ¿has
sabido últimamente algo sobre tu hermana? Como había esperado, la señora
Dursley pareció molesta y enfadada.
Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana. —No
—respondió en
tono cortante—. ¿Por qué?—Hay cosas muy extrañas en las noticias—masculló el señor Dursley—. Lechuzas...
estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una
cantidad de gente con aspecto raro...— ¿Y qué? —interrumpió bruscamente la
señora Dursley—Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya
sabes... su grupo. La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor
Dursley se preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido
«Potter». No, no se atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado: —El
hijo de ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?—Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez. — ¿Y cómo
se llamaba? Howard, ¿no?—Harry. Un nombre vulgar y
horrible, si quieres mi opinión. —Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una
espantosa sensación de abatimiento—.
Sí, estoy de acuerdo. No dijo nada más sobre el tema,
y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley estaba en el cuarto de baño,
el señor Dursley se acercó
lentamente hasta la ventana del dormitorio y escudriñó el jardín delantero. El
gato todavía estaba allí.
Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera esperando algo. ¿Se estaba imaginando
cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los Potter? Si fuera
así... si se descubría que ellos eran parientes de unos... bueno, creía que no
podría soportarlo. Los
Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente,
pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento
antes de quedarse dormido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en
los sucesos, no había razón
para que se acercaran a
él y a la señora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de ellos y de los
de su clase... No veía cómo a
él y a Petunia podrían mezclarlos en algo
que tuviera que ver (bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...
¡Qué equivocado estaba! El señor Dursley cayó en un sueño
intranquilo, pero el gato que estaba sentado en la
pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como
una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un
coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche. Un hombre apareció
en la esquina que el gato
había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría
pensar que había surgido de la tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se
entornaron. En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría
sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura
que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas.
Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna.
Tenía una nariz
muy larga y torcida, como si se la hubiera
fracturado alguna vez.
El nombre de aquel hombre
era Albus Dumbledore.no parecía
darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo,
desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido. Estaba muy
ocupado revolviendo en
su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de
pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció divertirlo. Rio entre dientes y
murmuró: —Debería
haberlo sabido. Encontró en
su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía
un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de
la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió
otra vez y la
siguiente lámpara quedó a
oscuras. Doce veces hizo
funcionar el Apagador, hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba. Si alguien
hubiera mirado por la ventana
en aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas,
pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle. Dumbledore
volvió a
guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle,
donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un
momento le dirigió la palabra. —Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall. Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su
lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba
gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los
ojos del gato. La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su
cabello negro estaba
recogido en un moño. Parecía claramente disgustada. — ¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó. —Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan
tieso. —Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una
pared de ladrillo —respondió la profesora McGonagall. — ¿Todo el día? ¿Cuándo podría haber estado de
fiesta? Debo de
haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.
La profesora McGonagall resopló enfadada. —Oh, sí, todos estaban de
fiesta, de acuerdo—dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más
prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las
noticias. —Terció la cabeza en
dirección a la ventana
del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo.
Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido
común. —No puede reprochárselo—dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido
tan poco que celebrar durante once años...—Ya lo sé—respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero
ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto
completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se
pone la ropa de los
muggles, intercambia rumores...Lanzó una mirada cortante y de soslayo
hacia Dumbledore, como si esperara que este le contestara algo. Pero como no lo
hizo, continuó hablando. —Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece
haber desaparecido al fin, los
muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?—Es lo que
parece—dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un
caramelo de limón?— ¿Un qué?—Un
caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta mucho.
—No, muchas gracias—respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si considerará que aquél no era un momento
apropiado para caramelos—. Como le decía, aunque Quien-usted-sabe se haya
ido...—Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted
puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería
de Quien-usted-sabe...
Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su
verdadero nombre, Voldemort. —La
profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero Dumbledore, ocupado en desenvolver dos
caramelos de limón, pareció no darse cuenta—. Todo se volverá muy confuso si
seguimos diciendo «Quien-usted-sabe». Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar
el nombre de Voldemort. —Sé que
usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la exasperación
y la admiración—. Pero
usted es diferente. Todos saben que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía
miedo. —Me está halagando—dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes
que yo nunca tuve. —Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos. —Menos
mal que está oscuro. No
me he ruborizado
tanto desde que la
señora Pomfrey me dijo que
le gustaban mis nuevas orejeras. La profesora McGonagall le lanzó una mirada
dura, antes de hablar. —Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren
por ahí. ¿Sabe lo que
todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo
detuvo?
Bibliografía
Rowling, J. K. (s.f.). HARRY POTTER.
https://drive.google.com/file/d/10jIX3Cx93FOK2Hot0zqYLqQYFNukGbmI/view?pli=1.
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